13 agosto, 2015

Era un ángel.

Aterrizó en un lugar extraño. Todo el mundo le decía que era un ángel, una persona encantadora, pero ella, tan sensible y temerosa, no veía nada por lo que la gente le decía que era una criatura magnífica, no encontraba motivos para creerse esas cosas.
Se llevó hostias de todos los colores y tamaños, le clavaron mil y un puñales por la espalda, perdió a cientos de personas pues, por un motivo o por otro siempre se iban o ella misma los echaba, quedó de mala de la película tantas veces que llegó a pensar que se merecía todo lo malo que pudiese pasarle.


Ya no se quería.

Cada noche antes de dormir, intentaba rasgar su piel, por si acaso era verdad que era un ángel y conseguía sacar sus alas de debajo de aquella capa blanca que cubría cada centímetro de sus músculos. Pero cada noche fracasaba en su burdo intento de echar a volar, de conocer mundo o más bien de dejar atrás todo lo que le rodeaba, o quizás de volar tan alto como para perderse para siempre.

¿Existían los ángeles sin alas?

Cada mañana la monotonía le consumía desde dentro, pero estaba a gusto con la normalidad que le rodeaba. No había cambios, lo tenía todo bajo control. Pero era un control que se obtiene cuando pasas demasiado tiempo en el mismo lugar, entre cuatro paredes, con las mismas personas, con las mismas normas, y lo respetas todo hasta el punto de llegar a convertirte en una perfeccionista meticulosa. Y así era, perfeccionista hasta la médula hasta llegar al punto de resultar irritante al resto de personas. 

Era la monotonía más perfecta.

Pasaba cada tarde en su habitación inventando nuevos conceptos, intentando no perder la cabeza, intentando crear cosas bonitas, intentando recibir comentarios positivos de personas anónimas. Quizás no intentaba nada de eso y sólo quería mantenerse alejada unas horas más hasta que volviera a llegar la noche, para volver a arañar su piel con el fin de averiguar algo sobre ella.

Si ella era un ángel, los ángeles deberían de ser monstruos que no se quieren, monstruos que, con o sin alas, sólo quieren volar lejos de la realidad y volver al sitio dónde pertenecen. 


08 agosto, 2015

Dos años y dos días

Aquí vuelvo para intentar liberarme de la carga que tengo sobre estos hombros desgastados, a deshacerme de la pena que me reconcome y desgasta desde hace tanto tiempo, a evadirme un rato de todo, porque como el agua, me estanco y me pudro, y necesito renovarme y no encuentro otra forma que esta.

Dos años y un día. Ese es el tiempo total que llevo sin saber nada de ti, porque no hay nada que saber. Porque ese es el tiempo exacto que llevas fuera, de viaje, de esos viajes en los que no pides billete de vuelta pero que todo el mundo quiere que vuelvas. Ese tipo de viaje que nadie que hagas pero que todos debemos hacer algún día. El menos esperado para algunos, para otros, la fecha de ida se ve venir desde lejos.
Dos años y un día, ahora dos, pues esto comencé a escribirlo ayer pero no pude acabarlo.

Dos años y dos días, ¡cuántas cosas han pasado y cuánto me he superado a mí misma! Dos años y dos días dedicándote cada triunfo. Dos años y dos días pidiendo perdón por cada derrota, por cada fallo, por no ser suficiente.
Dos años y dos días.

Todo este tiempo he tenido un nudo en la garganta que me impedía hablar de ti sin acabar balbuceando entre sollozos, todo este tiempo he sido incapaz de mantener la calma al ver una foto tuya. He sido incapaz de no romper a llorar al volver a verte en alguna foto, o al escuchar alguna historia tuya de boca de otra persona. 
Porque he querido aparentar que no me pasaba nada, que todo iba a seguir bien, igual. He querido aparentar que era fuerte, cuando no lo soy. He querido engañar al resto, pero soy una pésima mentirosa y al final se acaban dando cuenta de mis triquiñuelas. He querido aparentar que no había pasado nada, cuando había pasado lo más grande. O más bien cuando alguien grande se había ido.

Dos años y dos días sin verte disfrutando en tu pequeño huerto, sin oír tus quejas o tu risa por vernos a todos tontos con los móviles, sin poder sentir un simple abrazo o un beso en la mejilla.  

Dos años y dos días echándote de menos y aún no soy capaz de hacerme a la idea de cuántos años y días me quedan sin ti.
Te echamos de menos.