14 septiembre, 2014

Declaración de prioridades.

Aquel día me levanté más decidida que nunca a ordenar mi vida comenzando por mis problemas. Había madrugado y tenía el día libre, así que tendría tiempo suficiente.
Como cada mañana, me preparé un café y me senté a desayunar mientras apuntaba todos mis delirios en una libreta pequeña que me había comprado la tarde anterior, y a la cual ya le había llenado las primeras páginas con algunos consejos para mejorar mi fotografía y alguna que otra idea para la historia que me traía entre manos.
"Hoy quiero hacer una declaración de prioridades. Quizás cambian con el paso del tiempo, pero la que no deberá cambiar es que yo soy la primera que tiene que quererse y valorarse.Tengo que levantarme todas las mañanas y decirme que soy preciosa, aunque las ojeras me lleguen al suelo. También tengo que sonreír ante todos los problemas, y hoy el primer problema que se me viene a la cabeza es qué voy a hacer con mi vida, qué camino es el mío, por dónde tengo que seguir después de tanto..."
Dejé de escribir. No sabía cómo seguir. Acababa de empezar el día y ya notaba aquella soledad oprimiéndome el pecho, nublando mi vista como aquellas gotas de lluvia que una vez corrieron por mi rostro, camuflando toda señal de las lágrimas.
Llevaba meses sintiéndome mal conmigo misma, recordando todas las veces que había estado a punto de suicidarme sin pensar que haría más daño así que si me mantenía con vida, recordando aquellos maravillosos meses de verano en los que me quise y me quisiste, recordando todos aquellos años en los que estuviste a mi lado queriéndome de forma incondicional, asumiendo lo que me había enseñado todo el mundo que había pasado por mi vida.
 Había pasado ya un año de la muerte de mi abuelo, y desde entonces llevaba una auténtica mierda de vida anímica. Era una noria, a veces arriba sintiendo que el aire acariciaba mi cara, a veces abajo notando que me ahogaba en mi propia hipocresía emocional.

-Oh, vamos, alguien tan preciosa como yo se merece un buen cambio.

Me sentía realmente estúpida diciéndome "preciosa" a mí misma, pero una vez más, hice un esfuerzo y sonreí.
Ya estaba cansada de la soledad y la tristeza, estaba cansada de llorar con cualquier cosa, quería ser fuerte y demostrar cuánto valía. En cuanto volviera a clase, iban a dejar de tomarme por aquella idiota inocente que siempre iba descuidada porque no se quería ni lo más mínimo.

13 septiembre, 2014

Carta de un alma desesperada.

Porque todos queremos dormir cerca del interruptor para destruir a todas las pesadillas que se ocultan en la oscuridad de un solo golpe.
Porque quizás sólo somos una ínfima parte de todo lo que nos rodea pero tenemos una gran repercusión.
Porque quizás no somos más que motas de polvo jugando a ser personas civilizadas.
Porque quizás somos la nada más absoluta fingiendo que algún día seremos todo para alguien.
Porque es curioso cómo una persona puede dejar demostrar interés en ti de un día para otro.
Porque es curioso cómo cambiamos de opinión incluso por un detalle sin importancia.
Porque es estúpido echar de menos cosas que nunca sucedieron.
Porque no vale la pena imaginar una vida llena de alegrías si cualquiera consigue que agaches la cabeza.
Porque no vale la pena intentar creer que eres fuerte por dentro si te destruyes a ti misma.
Porque no hay mejor batalla que la que eres capaz de ganar por ti sola.
Porque no hay mejor armadura que la sinceridad.
Porque no hay mejor mentira que "estoy bien" para no dar explicaciones.
Porque no hay lágrimas más amargas que las que guardamos para la más absoluta soledad.
Porque no hay mejor silencio que aquel que te inunda hasta el alma.
Porque no hay gritos más dolorosos que los que guarda tu habitación.
Porque no hay mayor locura que lazarse al abismo sabiendo que no vas a salir viva.
Porque no hay mayor desánimo que intentarlo una y otra vez hasta que no queda esperanza.
Porque no existe mayor estupidez que guardar la esperanza en las causas perdidas.
Porque te acostumbras a mirar al suelo buscando tu autoestima.
Porque echas de menos todo lo que pierdes y no aprecias nada de lo que tienes.
Porque no eres capaz de ver nada bueno en ti.
Porque te fijas más en lo que ves tú en el espejo que en lo que ven los demás en ti.
Porque le das más importancia a la talla de tu ropa que a la de tu personalidad.
Porque no eres capaz de demostrarle al mundo cuánto vales.
Porque no eres capaz de demostrar que eres fuerte en los momentos cruciales.
Porque has sido capaz de pelear por lo que querías aún sabiendo que ibas a perder.
Porque no eres capaz de recuperarte de los golpes.
Porque crees que todo el mundo miente cuando da su opinión sobre ti.
Porque no sabes aceptarte todos los días.
Porque te cabreas por no saber qué te pasa.
Porque te enfadas con todos porque no eres capaz de aceptarte.
Porque siempre piensas que te va a atacar y vives a la defensiva.
Porque no sabes disfrutar de las personas.
Porque no sabes cuidar de tus amigos.
Porque piensas que nunca has tenido amigos porque la mayor parte de tu vida te han dejado tirada.
Porque siempre piensas en el final, incluso antes de empezar.
Porque sigues creyendo en las segundas oportunidades.
Porque te caes y no sabes levantarte.
Porque ya sabes fingir felicidad cuando sólo tienes ganas de taparte la cara y echarte a llorar.
Porque eres incapaz de aceptarte tal y como eres.
Porque piensas que eres el mayor monstruo conocido, y que no te quieren ni en el circo de los horrores.
Y por eso, y por muchas cosas más ya no te quiero y no quiero estar más contigo.
Porque no sabes quererte, ni apreciarte, porque no sabes hacer nada bien.
Porque es por ti por lo que ya no te quiero, es por tu autoestima por lo que no has sabido cuidar nada de lo que te han dado.
Por todo eso, adiós y hasta nunca.




11 septiembre, 2014

Cobarde.

Cobardía, miedo, y no saber pedir perdón. Me gustaría poder sincerarme, poder decir que fui una cobarde por no hablar en el momento justo, poder asumir toda la culpa, poder aclarar que dejé que todo me sobrepasara.
Quisiera pedir perdón por todas las veces que he hecho daño con mi silencio, quisiera ser valiente, quisiera aprender a pedir disculpas.
Pero soy una cobarde. Y tengo miedo de todo lo que pueda venir tras una disculpa sincera.
¿Y cómo puedo ser tan idiota, si la sinceridad nunca le molestó? Porque siempre fui idiota dejándome llevar por mi alrededor.
Aunque no vuelva a dirigirme la palabra, me gustaría pedirle disculpas, y agradecerle todo lo que me dio. Pero me da miedo. Y como siempre, el miedo puede más que mi propia voluntad.
Porque preferí guardar silencio antes de meter la pata hasta el fondo, sin llegar a comprender que el silencio iba quebrando lo que nos unía, hasta el punto de separarnos.