18 julio, 2013

Sabes mi nombre, no mi historia.

Creéis que tenéis una mínima idea de lo que he estado pasando desde septiembre, pero no.
¿Y sabéis porque no me gusta hablar de mí así como así con los demás? Porque hay cosas que no tienen arreglo, hay cosas que es mejor callarse porque sabemos de sobra que una palmadita en la espalda y un "lo siento" o un "no te preocupes, va a ir todo bien" no sirven de nada, porque para crearte falsas esperanzas con las palabras de otros siempre hay tiempo. Lo que me pasa a mí se puede dividir en dos, una mitad puede tener solución, la otra no la tiene. El tiempo es el único que puede poner fin a esto. Y sinceramente después de todo, no quiero nada vuestro, ni vuestra compasión, ni vuestros falsos abrazos de "aquí estoy, para lo que necesites". La desconfianza ha echado raíces en mí.


Cuando alguien me echa en cara que he cometido un error, yo sonrío y asiento, porque sé que lo he cometido, pero la otra persona no sabe lo que hay detrás de cada error.
Cada paso, cada error, cada acierto, lleva detrás nuestra historia y nuestra historia se crea con cada movimiento, con cada pensamiento, con cada intención, con cada circunstancia.
Quien no la haya cagado ni una sola vez en su vida, que no venga a echarme nada en cara.
Por favor, cerrad la boca porque hay errores que ya pesan bastante.

Adiós, hasta nunca.

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